Autismo (2): Temple Grandin

El autista es ser diferente, pero no es ser menos.

Temple Grandin es autista, quizás la más famosa del mundo.

Piensa, siente y experimenta el mundo de una forma que es incomprensible para la mayoría.

Le molestaban los colores chillones, el que todo el mundo hablara a la vez, que la tocaran, tenía miedo a pasar las puertas,… pero aprendió a superar tales trabas, gracias al esfuerzo de su entorno familiar.

Grandin se convirtió en una de las científicas más brillantes de su tiempo.

A día de hoy, es doctora en zoología, profesora en la Colorado State University, lleva su propio negocio, y es la autora de dos libros: «Thinking in Pictures» e «Interpretar a los animales».

En definitiva, es un claro ejemplo de que, a veces, el autismo es una incapacidad neurológica que puede superarse si se reciben las ayudas adecuadas en la infancia.

Tal ha sido su trayectoria personal y profesional, que se ha rodado una película sobre Grandin, gran defensora del bienestar de los animales.

Temple nació en 1947 en Boston (Massachusetts, EE.UU.), una época en la que se sabía muy poco del autismo.

El nacimiento fue normal, pero a los seis meses su madre empezó a notar que rechazaba los abrazos. Poco más tarde, se hizo evidente que la pequeña Temple no soportaba que la tocaran.

Su sistema nervioso era tan sensible que se sobreestimulaba no sólo al sentir la cercanía de alguien, sino al oír cualquier sonido. Al ring de un teléfono o de un coche, reaccionaba con fuertes berrinches o golpeando cuanto estaba a su alcance. «Cuando era niña, los sonidos fuertes como la campana de la escuela herían mis oídos como el taladro de un dentista pegándole a un nervio», cuenta Temple.

A los tres años, los médicos dijeron que tenía daño cerebral y sus padres contrataron a una institutriz con la que la niña realizaba ejercicios físicos y juegos repetitivos.

Cuando llegó al instituto, había aprendido a controlar un poco la ansiedad y el miedo constantes. Lo lograba encerrándose en sí misma y soñando despierta, pero a los otros niños les parecía fría y distante, y la daban de lado. Temple experimentó la soledad, el aislamiento y las burlas de sus compañeros.

A los 16 años, su madre insistió en que fuese a pasar unos días a la granja de ganado de su tío, en Arizona. Allí cambió su vida.

Además de sentir una fuerte empatía hacia aquellos animales, se fijó en una máquina que se usaba para tranquilizar al ganado cuando venía el veterinario a explorarlos.

Consistía en dos placas metálicas que comprimían a la res por los lados. La presión suave parecía relajarlos.

Temple visualizó un artilugio semejante para ella: una máquina de dar abrazos.

Pensó que le proporcionaría el estímulo táctil que tanto necesitaba, pero que no podía obtener porque no soportaba el contacto físico humano.

A la vuelta de aquellos días en la granja, entró en una escuela especial para niños dotados con problemas emocionales y sus profesores la animaron a que construyera la máquina. Por esa época, ya la habían diagnosticado con autismo y se sabía que Temple tenía memoria fotográfica.

Aprendió ingeniería mecánica y matemáticas, y salió adelante con su proyecto. La máquina permitiría a la persona que la usara controlar la duración y la intensidad del «abrazo» mecánico.

Con este artilugio, Temple realizó experimentos que la animaron a ir a por un diploma a la Universidad. También se convirtió en parte de su propia terapia. La ayudaba a relajarse y le sirvió para empezar a sentir cierta empatía hacia los demás.

Temple Grandin tiene ahora 63 años y es una líder tanto en bienestar animal como entre la comunidad autista.

Su empatía con los animales, en especial las vacas, han hecho que la multimillonaria industria ganadera de Estados Unidos confíe en ella para rediseñar la maquinaria de manejo del ganado en los mataderos.

Temple dice que sabe cómo se sienten esos animales antes de morir, que sabe cómo piensan o lo que les da miedo.

Por eso se dedica a hacer el último momento de su vida lo más agradable posible.

Hasta entonces, tanto médicos como familiares de autistas habían pensado que dentro de un autista no había nada.

La autobiografía de Temple, publicada en 1986, asombró al mundo.

Después de un duro día de trabajo en una inspeción en los mataderos, o a la vuelta de uno de sus múltiples viajes o conferencias, Temple se retira a su casa en Fort Collins (Colorado), y va directa a su máquina de dar abrazos: «Después de usar la máquina, tengo sueños más agradables», dijo en una entrevista para la American Radio Works, «Tengo esa bonita sensación de que te están abrazando«.

Grandin sigue sin aguantar que la toquen.

«Daría un salto», dice. «Sería como tocar a un animal salvaje. (…) Cuando tocas a un animal salvaje, haces que salte. Si alguien me tocara, me apartaría. Mi sistema nervioso reacciona cuando tengo miedo de la misma forma en la que lo hace el sistema nervioso de las vacas o de los caballos que sienten miedo».

Así con todo, el caso de Grandin demuestra que con una buena terapia, y grandes dosis de cariño, las personas autistas pueden dar más de sí si se les estimula.

Ser autista es simplemente un nombre que se le da a un tipo de comportamiento que dura toda la vida.

+ info en Autismo: «María y yo»

Por Iñigo Ortiz de Guzmán

One response to this post.

  1. Posted by Enrique Castillo on 31 May, 2011 at 5:36 AM

    Este artículo me servirá para explicar en mejor forma a las personas de mi entorno algunos comportamientos de niños con este síndrome. Servirá a las personas corrientes a acercarse a estos niños y personas que tienen una conducta diferente porque sienten la vida de otra forma. Ante la ignorancia de mucha gente que los encasilla como personas retrasadas esta información nos acerca a ellos. Tengo un nieto con este síndrome y creo que el esfuerzo de su madre le servirá para alcanzar una vida plena.

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