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Hungría, al rojo vivo

Da igual adónde se dirija la mirada. No hay otro color que el rojo.

La razón: la rotura de una balsa con residuos de una empresa fabricante de aluminio situada a 165 kilómetros al oeste de la capital, Budapest. La ola tóxica de lodo rojo se tragó el pasado lunes por unos momentos las poblaciones de Kolontar y de Devecser.

El millón de metros cúbicos de barro -más corrosivo que la lejía- ha dejado la marca de su paso en árboles, viviendas, vehículos; todo está enfangado y teñido de rojo.

Como consecuencia, han muerto ya siete personas, hay 150 heridos y los equipos de rescate continúan trabajando en la búsqueda de personas que permanecen desaparecidas.

Caminando con dificultad, la población húngara en esa zona ha salido despavorida de sus casas. Se cubren la boca con mascarillas. No es para menos…

Parece que las víctimas mortales lo han sido por ahogamiento. El resto de afectados ha sufrido, principalmente, quemaduras en la piel irritación en los ojos, provocadas por el contacto con el plomo y otros elementos corrosivos presentes en este barro.

El ‘barro rojo’ de Hungría no es tóxico precisamente por el aluminio. Un metal que se utiliza de hecho en el tratamiento de algunas alteraciones dermatológicas, como la hiperhidrosis (exceso de sudoración). El componente realmente dañino del vertido es el hidróxido sódico (más conocido como sosa cáustica), que se utiliza como base química para obtener el aluminio.

Este compuesto es tan corrosivo que -si no se limpia bien- continúa penetrando desde la superficie de la piel hacia el interior del organismo, provocando quemaduras de máximo grado. Dependiendo de la gravedad, el tratamiento va desde un lavado con suero fisiológico hasta injertos de piel.

Además, si en la escala de pH (que oscila de 0 a 14) la solución derramada tiene una puntuación de 14 -en condiciones normales es de sólo siete-, quiere decir que la corrosión es máxima.

La organización ecologista GREENPEACE ha puesto la voz en el cielo. Este fin de semana ha presentado un informe que da cuenta de los altos niveles de arsénico analizados in situ. Según las muestras recogidas en Kolontar un día después de la catástrofe, se habrían liberado al medio ambiente cincuenta toneladas de dicho componente tóxico.

El arsénico es altamente perjudicial para las plantas y los animales; y puede acumularse en tejidos de seres vivos. Además -anuncian- puede provocar daños en el sistema nervioso, sobre todo en invertebrados y seres humanos.

El mercurio puede entrar en la cadena alimentaria, especialmente a través del pescado. También puede acularse y, como el arsénico, puede causar daños en el sistema nervioso.

«Cuando se encuentran en un pH elevado, como el que presenta el lodo rojo, estos contaminantes se encuentran relativamente bien adheridos y es más difícil que se liberen al medio, sin embargo, con la disminución del valor del pH (como está ocurriendo en los ríos) se produce un efecto de dispersión por el entorno».

Inauditas las explicaciones de la empresa Magyar Aluminum (MAL), que en todo momento se ha desentendido del vertido que causó el lunes y que amenaza el Danubio. En un comunicado, califica la ola roja como «una catástrofe natural» y afirma que fue «imposible de predecir».

MAL -firma del orgullo comunista privatizada y vendida a un millonario húngaro en 1995- insiste en que su residuo no es peligroso y ha ofrecido unos 110.000 euros en ayuda de emergencia a las dos localidades afectadas. La reparación del escape costará millones de euros.

La firma guardaba un atronador silencio desde el lunes. Sus portavoces ni devolvían las llamadas. Ahora admite que su política de comunicación quizá no fue la adecuada por ser demasiado «poco emotiva» hacia las víctimas.

Asimismo, explica que se deslizó la esquina de su balsa número 10, pero que entre el 96% y el 98% del barro rojo sigue en la presa. Y dice que la UE no incluye el barro rojo en su lista de residuos tóxicos.

El director de WWF en Hungría, Gábor Figeczky, juzga un sarcasmo la respuesta: «La mayor parte del barro sigue dentro, pero lo que ha salido es el líquido que estaba encima del barro. Eso es lo que es muy alcalino y corrosivo. Ha muerto una persona por las quemaduras, que le digan que no es tóxico».

Que la balsa era un riesgo era conocido. En 2001, Hungría la incluyó en la lista de instalaciones potencialmente peligrosas para el río Danubio a instancias de la Comisión Internacional para la Protección de Danubio.

Lo cierto es que que hay riesgo de rotura de la balsa. Así se ha constatado en las últimas horas, al verse que la presa que contiene el derrame se ha debilitado aún más.

Ahora, según ha explicado el jefe de la Unidad de Desastres Naturales de Hungría, «hay que cerrar la rotura del dique, limpiar el lodo de los muros de las casas y las calles (con máquinas y excavadoras) y proteger el agua para consumo humano«. Por ello, los equipos de limpieza están colocando yeso en un río cercano para ayudar a neutralizar el vertido.

Además, se están haciendo grandes esfuerzos para evitar que el lodo rojo llegue al Danubio, el 2º afluente más grande de Europa.

Las historias se repiten, como el desastre que en España amenazó a Doñana el 25 de abril de 1998.

Entonces, 4.600 hectáreas de la cuenca del río Guadiamar en Aznalcóllar (Sevilla) amanecieron cubiertas de aguas ácidas y lodos procedentes de desechos que se almacenaban en una balsa minera explotada por la multinacional sueca Boliden.

La rotura de la presa vertió 4,5 millones de hectómetros cúbicos de desechos con una alta concentración de cinc y arsénico. Puro veneno para la tierra, la vegetación y la fauna de la zona. Pero las dimensiones del desastre podían multiplicarse si el vertido corría río abajo y llegaba al Parque Nacional de Doñana, hogar o zona de paso de decenas de especies protegidas.

La actuación inmediata sobre un vertido 100 veces mayor que el del petrolero ‘Prestige’ movilizó a cientos de personas. Se construyeron tres diques con los que se consiguió desviar el cauce del río y alejar del parque natural las aguas contaminadas. Después, vinieron más de tres años de trabajo para retirar el lodo y limpiar las tierras contaminadas.

Doñana, 1998 – actualidad

Transcurridos doce años, casi todo está mejor que, incluso antes del vertido. A lo largo de más de sesenta kilómetros, el Guadiamar ha recuperado su función de cuenca de conexión ecológica entre los ecosistemas marismeños de Doñana y los de la sierra del Norte de Huelva.

Alrededor de 240 millones, costó a las administraciones frenar el vertido y reparar sus consecuencias. Pero la empresa Boliden sigue, a día de hoy, sin pagar ni un euro de aquella inversión y las administraciones continúan a la espera de que se resuelva el contencioso abierto contra los bienes de la empresa en Suecia.

En España existen 988 balsas con residuos minerales, de las cuales nada menos que 542 se encuentran abandonadas, sin que esté del todo claro qué tipo de control estén ejerciendo sobre su estado las administraciones central y autonómicas.

Ahora, la marea del Danubio viene a recordar el largo camino que queda para erradicar estas amenazas.

Por Iñigo Ortiz de Guzmán