Madrugada del 19 de diciembre de 2009.
Los países de la Alianza Bolivariana (Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua) hacen naufragar un acuerdo cocinado por EEUU y un puñado de países emergentes en la cumbre del clima de la ONU en Copenhague.
Tan sólo se logra un acuerdo vinculante de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
Madrugada del 11 de diciembre de 2010.
Ha pasado un año de bofetadas diplomáticas pero, en el último minuto, ocurre un milagro en la cumbre del clima de Cancún. Todos los gobiernos del planeta, salvo el de Evo Morales, consensúan un modesto principio de acuerdo para luchar contra el cambio climático.
Como critica Bolivia, los Acuerdos de Cancún son una versión pulida del de Copenhague. Sin embargo, la Alianza Bolivariana se rompe y Morales se queda solo en su pelea para tumbar el texto.
Los 193 países restantes aprueban el documento final.
Por primera vez, los dos principales emisores del mundo, EEUU y China, se comprometen a reducir sus emisiones de CO2 ante la Organización de las Naciones Unidas.
Y potencias emergentes como Mexico, Brasil e India prometen evitar que las suyas se desboquen.
Hasta ahora, solo 37 países industrializados (entre ellos los de la UE, Japón, Rusia y Australia) pagaban su responsabilidad histórica en el calentamiento global, mediante el protocolo de reducción de emisiones aprobado en Kioto en 1997.
El rechazo de Bolivia podría haber arruinado el acuerdo, ya que en principio los textos de la cumbre requieren unanimidad.
Sin embargo, cuando el embajador boliviano, Pablo Solón, intenta vetar el documento, los otros 193 países miran hacia otro lado y lo refrendan.
El no de Bolivia se registra como una reserva, así que a todos los efectos el país tiene que cumplir el acuerdo.
Se crea así un ‘ Fondo Verde‘:
Una partida presupuestaria de 100.000 millones de dólares anuales para los países pobres.
¿Su objetivo?: Evitar una subida de más de dos grados de la temperatura media del planeta hacia 2100.
Para España, significa evitar hasta cinco grados más en verano a final de siglo e impedir que la mitad sur del país se transforme en Almería.
Se trata, al fin y al cabo, de lograr un mayor equilibrio entre países desarrollados y en vías de desarrollo.
Éstos sólo someterán sus emisiones a verificación internacional cuando hayan sido financiadas por dinero procedente de Occidente. Una fórmula que parece satisfacer tanto a China -que cuestiona estos procesos-, como a Estados Unidos -que los solicitó-.
Pero ese objetivo no es alcanzable sin los medios para combatir sus causas, que no son otras que la utilización masiva de los combustibles fósiles como fuente de energía.
El Protocolo de Kioto -que expira en 2012- obliga a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (los llamados GEI) a los países más desarrollados, con la excepción de unos pocos que no lo aceptan (singularmente EE UU -el país con más emisiones per cápita del mundo-, que se opone a cualquier medida que pueda dañar su economía).
Lo que se plantea hoy es una continuación de este tipo de compromisos de reducción en los países ricos, con la ineludible inclusión de norteamericanos y chinos. Sin embargo, aunque se haya llegado a un acuerdo de mínimos, ninguno de estos dos países parece que está todavía seriamente por la labor.
Es más. La propuesta de Obama de reducir sus emisiones un 17% en 2020 respecto de las del año 2005 -mucho más modesta que la Europa de los 27 de reducir un 20% o un 30% en 2020 respecto de 1990-, no ha sido todavía ratificada por el Congreso; tras el triunfo republicano en las últimas elecciones, dicha ratificación parece más lejana.
En todo caso, los 194 países se acaban de comprometer a duplicar su esfuerzo y alcanzar un tijeretazo en las emisiones de CO2 de entre el 25% y el 40%.
Según la Organización Meteorológica Mundial de las Naciones Unidas, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzó el año pasado niveles récord, hasta un 38% más que a comienzos de la era industrial.
Los informes científicos son incuestionables: la Tierra se ha calentado durante los últimos 100 años 0,74 grados centígrados, y lo seguirá haciendo a un ritmo de 0,2 grados por década.
Y aunque en la atmósfera la concentración de dióxido de carbono ha disminuido a causa de la crisisis económica -en España, en el primer semestre de 2009, se registró un descenso del 17% respecto al mismo periodo de 2008-, las perspectivas de futuro no son buenas.
El cambio climático ya está provocando la muerte de unas 315.000 personas cada año como consecuencia del hambre, las enfermedades y los desastres naturales vinculados a su impacto en la Tierra.
Según un informe presentado por el Foro Humanitario Global en Ginebra en junio de 2009, afecta de forma grave al bienestar de aproximadamente 325 millones de personas; y se espera que este número se duplique en 20 años, hasta alcanzar a un 10% de la población mundial (aproximadamente 6.700 millones).
De acuerdo con este informe, las pérdidas económicas vinculadas al cambio climático superan los 125.000 millones de $/año.
Y es probable que esta cifre aumente hasta 300.000 millones para el año 2030 (unos 215.000 millones de euros).
Los países en vías de desarrollo soportan este impacto en un 90%, aunque contribuyen menos del 1% de las emisiones contaminantes que están calentando el planeta.
SATISFACCIÓN GENERAL, PERO CON RESERVAS
Los ecologistas han mostrado su satisfacción porque el texto incluye alusiones a la gravedad del calentamiento y alude a la reducción de emisiones que pide el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).
Greenpeace cree que «los gobiernos han tomado la decisión correcta. Han empujado al mundo hacia el acuerdo justo, ambicioso y legalmente vinculante que el clima necesita (…) pero queda todavía mucho camino por recorrer para salvar el clima”.
Y lo mismo manifestó el presidente mexicano, Felipe Calderón: «Cancún ha sido un éxito, sobre todo, porque se ha dado un paso muy grande, al restablecer la confianza de la comunidad internacional en el multilateralismo como la mejor fórmula, complicada, abigarrada, pero al final de cuentas, la fórmula con la que contamos para ponernos de acuerdo como humanidad«.
Así con todo, el acuerdo impulsado por Mexico crea una especie de Frankiotostein, como lo define una analista argentina.
Congela la decisión sobre la prórroga de Kioto más allá de 2012 y obliga a los 194 países a decidir en próxima cumbre -que tendrá lugar en Durban (Sudáfrica) en diciembre de 2011- si el tratado se renueva o se entierra para fusionar a los 37 países de Kioto con EEUU, China y compañía en un acuerdo global.
El cambio climático es uno de los desafíos más formidables a los que ha de enfrentarse la humanidad en el próximo futuro, pero su naturaleza hace muy difícil actuar contra él.
Las medidas preventivas son el aumento del papel de las energías renovables, la disminución de la intensidad energética de nuestras economías y un transporte menos dependiente de los derivados del petróleo.
Solo si EE UU y China aceptan la responsabilidad que les corresponde, podremos llegar a acuerdos eficaces.
Mientras tanto, hoy hemos sabido que el glaciar Ameghino (en el sur de Argentina) ha retrocedido cuatro kilómetros en casi 80 años «por causa del calentamiento global».
Fuente: Greenpeace
Las dos imágenes, una tomada en 1931 y la otra en marzo pasado, evidencian la disminución la masa de hielo del glaciar que está ubicado en el Parque Nacional Los Glaciares, en la provincia de Santa Cruz.
AHORA O NUNCA
«Simplemente pienso que esta es una oportunidad realmente histórica. Todo se ha venido juntando. Tenemos una conciencia cada vez mayor de la urgencia, así que sabemos que necesitamos reducir la contaminación que causa el calentamiento climático. Al mismo tiempo, tenemos esta oportunidad de lograr nuevas formas de energía para Estados Unidos, de impulsar una economía de energía limpia y también proteger a la fauna silvestre para el futuro de nuestros hijos. Esto es realmente por lo qué yo me dedico a esta actividad. Sencillamente creo que es tan importante que tomemos medidas ahora para proporcionar un mejor mundo a nuestros hijos«. (Paul Epstein, director asociado del Centro para la Salud y el Ambiente Mundial, de la Facultad de Medicina de Harvard)
¿Estamos a tiempo? ¿Aún hay esperanza?
Quiero pensar que sí.
Por Iñigo Ortiz de Guzmán
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