UN CUARTO DE SIGLO EN SILENCIO
UN CUARTO DE SIGLO DE SILENCIOS
Hace 25 años, en la madrugada del 26 de abril de 1986 -tal día como hoy-, el cuarto reactor de la planta de energía nuclear de Chernobyl, explotó en una llamarada de colores que alcanzó los 1.000 metros de altura en el cielo de Ucrania.
Todo fue una auténtica batalla en contra del tiempo, que miles de soviéticos jamás podrán olvidar.
Durante los ocho meses posteriores a la explosión de la central nuclear, 800.000 jóvenes soldados, mineros, bomberos y civiles procedentes de todas las regiones de la antigua Unión Soviética, trabajaron sin descanso para intentar mitigar los efectos de la radioactividad, construir un sarcófago alrededor del reactor accidentado. En definitiva, para salvar al mundo de otra probable tragedia.
Todos ellos estaban guiados por el temor a una peligrosa reacción en cadena derivada de la explosión inicial, cien veces superior a los efectos de la bomba de Hiroshima.
Recordado como el peor accidente industrial y medioambiental de la historia, la explosión de Chernobyl produjo una lluvia radioactiva que pudo ser detectada en la antigua Unión Soviética, Europa Oriental e incluso en EE.UU.
Grandes áreas de Bielorrusia, la actual Rusia y Ucrania fueron altamente contaminadas.
Solo en este último país, 18.000 kilómetros cuadrados de tierra de cultivo resultaron contaminados. Al igual que el 40% de los bosques del país.
El 60% del polvillo radioactivo se asentó en el territorio de Bielorrusia.
Cuando ocurrió el accidente, siete millones de personas (incluidos tres millones de niños) vivían en la zona.
200.000 personas tuvieron que ser evacuadas de sus lugares de origen.
Los datos son representativos. Se arrojó 500 veces mas radiación que la bomba de Hiroshima.
Y 100 kg de Plutonio siguen en el interior del armazón construido; cantidad que, si fuera liberada, podria matar 100 millones de personas.
El accidente de Chernóbil sucedió porque sus jefes quisieron sobreponerse a un golpe igual al que ha provocado el accidente en la central de Fukushima: la pérdida del suministro eléctrico.
Los ingenieros soviéticos sabían que si se caían los plomos, habría al menos un minuto en el que la central quedaría a la deriva antes de que comenzasen a funcionar los generadores de emergencia.
En ese minuto, el reactor podía desbocarse y causar una catástrofe.
Para evitarlo, mejoraron el sistema de la central y lo pusieron a prueba, sin suerte, en tres ocasiones desde 1983.
Hasta que explotó…
El mundo fue ajeno a la catástrofe hasta el 27 de abril, cuando una central nuclear sueca detectó partículas radiactivas cuyas características no podían venir de ningún otro lugar que Chernóbil.
Sólo después del anuncio sueco, los soviéticos reconocen el accidente y comienzan a evacuar Pripiat, la ciudad más cercana a Chernóbil.
El presidente de la URSS, que por aquella época lideraba un movimiento de apertura y transparencia, se tomó su tiempo.
«Publicamos la primera información del accidente en el Pravda del 28 de abril, pero para hablar a la gente necesitaba un análisis más preciso y sustancial. Por eso esperé casi tres semanas antes de presentarme en televisión», reconocía Mijáil Gorbachov en 2006 durante una entrevista para Cruz Verde Internacional.
La peor parte de la catástrofe se la llevaron los primeros liquidadores, operarios de la central que corrieron al reactor tras la explosión para intentar apagarlo.
Su corazón se había convertido en lava a 2.500 grados.
Los tres hombres que se habían enfrentado en la sala de control se volcaron en intentar apagar aquel infierno nuclear.
Toptunov y Akimov, que quisieron apagar el reactor desde la sala de control cuando todavía era posible, recibieron dosis de radiación letales tras intentar restablecer a mano el flujo de agua al reactor despanzurrado.
Murieron unos días después, antes de que el Gobierno decidiera condecorarles con la orden al valor de la URSS.
Dyatlov, el hombre que quiso seguir adelante con el test, sufrió quemaduras en la cara, las manos y las piernas por la radiación mientras examinaba el exterior del reactor.
Sobrevivió, fue expulsado del Partido Comunista y pasó cinco años en la cárcel por violar las normas de seguridad. Su muerte en 1995 por paro cardiaco fue achacada a la radiación que recibió durante su análisis del reactor.
Decenas de los trabajadores encargados de limpiar la zona del desastre murieron como consecuencia directa de la radiación y varios exámenes a los sobrevivientes revelaron un aumento de los casos de cataratas, daños cerebrales, leucemia y enfermedades cardiovasculares.
También, aumentaron los casos de cáncer de tiroides, especialmente entre quienes eran niños cuando se produjo el accidente, debido a la presencia de yodo radiactivo en la leche de vacas expuestas a los altos niveles de toxicidad.
El informe de la OMS y el OIEA sostiene que un número estimado en 4.000 personas murió de cáncer, como consecuencia de esa catástrofe.
Clausurada en el año 2000, la central sigue siendo un problema pendiente: mientras las cargas radiactivas de su interior no sean almacenadas de forma estable y segura.
Un consorcio internacional ha comenzado a construir la nueva cubierta para el sarcófago que protege el reactor número 4.
Hace una semana, 40 países se reunieron en una conferencia internacional en Kiev, la llamada de donantes; la tercera en su género después de las conferencias de Nueva York (1997) y Berlín (2000).
Las instalaciones pendientes en Chernóbil deberían haberse acabado en 2008. Ahora, el plazo de las obras se ha prolongado hasta 2015.
En total, se han conseguido reunir 550 millones €-190 menos de los prometidos-.
La crisis económica ha influido en la generosidad de los donantes.
Italia, Canadá, México y Brasil no anunciaron ninguna suma, pero, en cambio, un país tan afectado por la crisis como Grecia ha prometido 100.000 euros. China se ha convertido por primera vez en donante a Chernóbil con 4 millones de euros.
Por su parte, Japón -contribuyente destacado en el pasado- anunció que no puede hacer nuevas aportaciones, al tener que lidiar con las secuelas del accidente de Fukushima, el tsunami y los terremotos.
La zona de exclusión en torno a Chernóbil tiene un radio de 30 kilómetros, donde trabajan cerca de 3.500 personas.
La mayoría se desplaza desde Slavutich, la ciudad (fuera de la zona de exclusión) que sustituyó a Prípiat como lugar de residencia de los trabajadores del sector nuclear.
Así, con el tiempo, ha ido acuñando su imagen de ciudad fantasma.
Cuando la central de Chernóbil se cerró hace 11 años, las actividades cesaron simplemente porque se cortó el suministro energético.
Las instrucciones de seguridad que aún pueden encontrarse entre los escombros llevan fechas de los noventa.
Todo lo que podía ser vendido ha desaparecido en Prípiat: barandillas, bañeras y radiadores de metal, cañerías, cables y muebles.
Al caer la noche, el silencio es absoluto allí.
El pasado sigue presente… en la memoria
«Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos» (Martin Luther King)
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© Iñigo Ortiz de Guzmán
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